martes, 4 de octubre de 2011

LA GUERRA SUCIA

El periodo que en México es conocido como de ‘guerra sucia’ y que abarca 
década y media –desde fines de los sesentas a principios de los ochentas-, es llamado así 
en referencia directa a la forma en que el Estado mexicano condujo las acciones de 
contrainsurgencia para contener la insurrección popular. Las autoridades responsables 
de la seguridad del país implicaron al ejército mexicano en actos contrarios al honor, a 
la ética y al derecho. Actos de tal suerte inicuos que ‘lo sucio’ de la ‘guerra sucia’ 
implica ‘crímenes de lesa humanidad’ que demandan del Estado mexicano que los 
responsables sean llevados a juicio, se les castigue y se forjen condiciones, 
estableciendo políticas de Estado que respeten los límites que impone un estado de 
derecho, para que jamás se vuelvan a repetir. 
Las instituciones militares, las de procuración y administración de justicia y las 
de representación popular fueron utilizadas como estructuras criminales con cuyos 
recursos y a cuyo cobijo se realizaron y se protegieron crímenes que, de manera 
sistemática, agraviaron a amplios sectores de la población y a combatientes prisioneros. 
Al ejército se le permitió realizar operaciones de contrainsurgencia en un contexto que 
el derecho internacional humanitario reconoce como ‘conflicto interno’, protegido por 
los Convenios de Ginebra y que México ha suscrito, donde se cometieron terribles 
crímenes de guerra que transgreden el orden constitucional, que no se pueden amparar 
en el fuero militar, y que son considerados por el derecho internacional como de lesa 
humanidad e imprescriptibles. Los crímenes que se imputan a las fuerzas armadas y a 
las fuerzas de seguridad tienen que ver a) con el derecho de guerra; b) con las garantías 
individuales que todo Estado está obligado a salvaguardar aun en estado de emergencia;  
y c) con los derechos humanos fundamentales e imprescriptibles establecidos en la 
Constitución, en el derecho internacional y en la legislación vigente del país. Los 
crímenes que se documentan con testimonios y evidencias en este informe permiten 
concluir que el Estado mexicano es responsable de crímenes de lesa humanidad. 
La opinión pública se enteró de la guerrilla de manera limitada y distorsionada. 
La censura de los medios ocultó la información relevante, los hechos que se dieron a 
conocer fueron presentados como de nota roja y de policía, ajenos a los problemas 
sociales y de política nacional que estos movimientos buscaban resolver, y sin dar lugar 
al análisis de los fines políticos de transformación social que pretendían lograr. Quienes 
buscaban modificar las condiciones sociales en un horizonte de justicia, eran 
presentados como ‘gavilleros’ ó ‘cuatreros’ cuyas acciones no pasaban de ser simples 
delitos del fuero común ó federal. El orden público debía preservarse por encima de los 
derechos fundamentales, lo que justificaba plenamente todo tipo de represión. Los 
graves crímenes cometidos por el Estado en contra de los combatientes y de la 
población civil fueron sistemáticamente callados y ocultados.  
Aun ahora, cuando se dan a conocer estos crímenes, hay quienes intentan 
justificar la acción del Estado argumentando la necesidad de someter al orden –por 
cualquier medio- a quienes participaron en hechos ilícitos reivindicados por la guerrilla. 
Esta justificación es tan débil y contradictoria que necesariamente concluye en el 
argumento de que el crimen se combate con el crimen, dejando de lado al derecho, y 
que la violencia por parte del Estado prevalece sobre la legitimidad que todo Estado 
debe basar en el bien común. 

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